Generalmente se considera que el objetivo de una venganza es saldar cuentas con el pasado: aunque no existe un castigo adecuado para el asesinato de un bebé o para un genocidio, era necesario vengar la Shoá, porque ese fue el deseo expreso de las víctimas que no pudieron defenderse y juramentaron a los sobrevivientes para hacerlo. Pero Abba Kovner consideró que la venganza se orientaba ante todo hacia el futuro. Kovner identificó el peligro en hechos que ya estaban ocurriendo: la huida de los jerarcas nazis y su inserción en las nuevas potencias; los Juicios de Nurenberg en los que no se trató la catástrofe de los judíos; la repetición de pogromos violentos en Polonia. La venganza era el cumplimiento del testamento de las víctimas, que debía resonar en el mundo declarando "Nunca más". Pero el Plan A, que se proponía matar a masas de alemanes culpables o inocentes, nunca se implementó. El Plan B, el envenenamiento de efectivos de las SS en un campo en Nurenberg, no tuvo éxito. Tampoco el intento de matar a un oficial nazi juzgado en Nurenberg se concretó. Pese a ello, puede considerarse que esos fracasos permitieron al pueblo judío construir, desde la memoria de la Shoá, un llamado de resonancia universal a la conciencia y a la esperanza.